Es todo el tiempo que
vas a necesitar para entrar en la película.
Cinco minutos,
cronometrados, para que te sumerjas de lleno en
esta fábula-western
retro de la que es imposible salir indiferente.
Un personaje principal.
Un conductor, con una arrolladora y silenciosa presencia, interpretado por un
genial Ryan Gosling.
Un tío del que nunca sabemos
su nombre, ni de dónde viene, no importa.
Al acabar el film, lo sabremos
todo sobre él. Al menos, todo lo que de verdad importa.
Porque ésta es una
película que, al igual que su protagonista, no pierde el tiempo con diálogos de
relleno carentes de profundidad, o alardes exagerados
de poderío físico. Acompañado de una perfecta banda sonora como soporte para
desarrollar las secuencias, dónde “se cuenta lo que no se dice”.
Con una dosis medida
de pequeños iconos gráficos para “cultificarla”. Y con unos actores muy sólidos
en sus personajes.
Un conductor, decía,
con dos vidas. Dos trabajos igual de peligrosos.
Un hombre que se cruza
en su errante vida con una mujer cautivadoramente frágil,-Carey Mulligan- que
le hace pensar que, después de tanto
tiempo perdido en las sombras más sórdidas, aún tiene una oportunidad de ser
feliz.
Esos cincos minutos
metafóricos en los que el protagonista le da una oportunidad a la esperanza y
al amor, son el grueso de este largometraje.
Todos los obstáculos
que se encontrará. Los destellos de su turbio pasado, que van saliendo a
relucir en los momentos más violentos del film.
La impotencia de no
poder evitar las medidas drásticas para salir adelante y hacer lo correcto…
La historia nos saca
el muestrario de las emociones humanas más básicas; las tiernas y las crudas
también.
Pero sin juzgar ni
censurar. Siendo sincera.
Y se acaba la película.
“Y los malos van venciendo”, como dice J de los Planetas.
Y el leitmotiv emerge gradualmente sobre la
carretera,
Recordándonos que “un
auténtico héroe, a de ser un ser humano”. Nada más.